Narrar es mi necesidad de decir en voz alta, que estoy hecha de historias, de
las historias que mi abuela me contaba mientras batía merengues en el poyo de
la cocina o mientras removía cubierta de trapos la olla del dulce de membrillo.
Narrar es un olor a mar, olor al pescado que se arreglaba en el fregadero y
que mi abuelo había pescado la noche anterior, olor a mar de las redes de los
pescadores del barrio, que zurcían en la puerta de sus casas en las tardes de
verano.
Es olor al limón sutil, que se rallaba para hacer los bizcochones. Son las
historias de la guerra o de los entresijos que mi abuelo vivió convertido en
taxista nocturno de aquellos que no querían ser vistos.